Ya hace unos años veníamos viendo cómo profesionales y
personas en general, especialmente de las generaciones más jóvenes, estaban
optando por seguir su desarrollo personal y profesional en realidades menos
contaminadas y estresadas, apostando por una vida de mayor cercanía entre las
personas, más cercana a la naturaleza y sin todos los problemas que el trajín
de una gran ciudad lleva consigo, lo que, además, se vio acrecentado a partir
del estallido social de octubre de 2019.
Esta,
llamémosla, opción de vida, estaba restringida a quienes tenían la posibilidad
de optar por un camino independiente o a la oferta laboral que las ciudades de
regiones pudieran ofrecer, la que salvo la existente en algunos polos
específicos de desarrollo era más bien restringida.
A partir del gran derribamiento de barreras (reales y
de las otras) que significó la irrupción del trabajo remoto, ya son muchas las
empresas, grandes, medianas y pequeñas, que están transitando hacia un trabajo
mucho menos presencial, en sistemas híbridos o derechamente remotos, que
permiten a los trabajadores desarrollar su vida en ciudades distintas y muy
alejadas de su base.
Estoy seguro de que hoy todos conocemos a alguna
persona de nuestro entorno familiar o laboral inmediato que se ha trasladado a
vivir a uno de aquellos lugares en los que, con suerte, soñamos estar un par de
semanas durante las vacaciones y que sólo necesita una buena conexión, para
desarrollarse efectivamente en lo profesional.
Según un estudio publicado por el Instituto de Data
Science de la UDD, 350.000 personas migraron desde la RM a otras regiones en
2020, en lo que parece un fenómeno que llegó para quedarse y que debiera ir
consolidándose en el tiempo, en la medida que las organizaciones de distinto
tipo vayan también definiendo su manera de trabajar a futuro.
Esta ola de
cambio ya está teniendo efectos en las nuevas ciudades de residencia y/o
trabajo y es posible proyectar un aumento considerable en la demanda por
productos y servicios en aquellos lugares en que la oferta es menor o menos
diversa, lo que abre un importante espacio a la inversión en nuevos desarrollos
comerciales que vengan a cubrir esta demanda y en los cuales los actores
tradicionales del retail, como supermercados y marcas de cadena, ya están
poniendo sus fichas.
La inversión en estas áreas tiene la virtud de quedar radicada en comunas en crecimiento, áreas de gran potencial de desarrollo, que reciben de muy buena manera estas iniciativas que van directamente a mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Creemos que este es un muy interesante escenario para destinar capitales a proyectos de renta inmobiliaria, como centros comerciales medianos y pequeños que se desarrollen en zonas del país que están transformándose en nuevos polos de crecimiento y ventajosas alternativas de residencia permanente.
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