Ese es el objetivo del proyecto “Transferencia
alimentos orgánicos base legumbres”, financiado por el Gobierno Regional O’Higgins
a través del Fondo de Innovación para la Competitividad (FIC), y ejecutado por
la Pontificia Universidad Católica de Chile en un trabajo conjunto con Conversa
Chile y el Consorcio de Cereales Funcionales (CCF). El proyecto, que dura tres
años y comenzó en marzo de 2021, busca agregar valor a la producción de
legumbres a través de la certificación orgánica de agricultores de las comunas
de Navidad, Litueche, Marchigüe, Paredones, Pumanque y Lolol.
Se trata de pequeños productores del secano interior y
costero de dichas comunas, con superficies que van entre media y dos hectáreas
en promedio, en los que, además de cultivar leguminosas, desarrollan otras
actividades como el turismo y la pesca. “Son agricultores que deben
complementar los ingresos de la producción agrícola con otras actividades, ya
que por sí sola las leguminosas no les son rentables, por eso apoyamos este
tipo de proyectos que sin duda les ayudará a comercializar de mejor forma”,
explica Pablo Silva Amaya, Gobernador de la Región de O´Higgins.
Actualmente este tipo de productores no cuentan con
intermediarios claros que les permitan comercializar sus productos. El nuevo
modelo propuesto en el proyecto es contar con un poder comprador asegurado
mediante compras directas del CCF a los pequeños agricultores, siempre y cuando
el cultivo cumpla con la normativa de la producción orgánica definida por la
ley 20.089 del Sistema Nacional de Certificación de Productos Orgánicos
Agrícolas, cuya fiscalización corresponde al Servicio Agrícola y Ganadero (SAG).
Andrés Schwember, profesor de la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Pontificia Universidad Católica de Chile y director del proyecto señala que: “Fuimos mandatados por la empresa Granotec y su filial CCF, que requiere una producción nacional de legumbres con certificación orgánica. Se trata de una demanda que surge del mercado, lo que hace una gran diferencia respecto de otros proyectos productivos que surgen de la academia.
En esto no se puede ser romántico pues se desarrolla un modelo de negocios
justo e inclusivo a lo largo del proyecto, y que haya un poder comprador para
la producción me hace mucho sentido”, comenta.
“El tema de las legumbres es potente por varias
razones. Una es la irrupción de este consumidor empoderado y conocedor que
busca proteínas alternativas a las animales, en lo que se llama la alimentación
en base a plantas. La legumbre en esto juega un rol protagónico porque casi el
25% de su contenido son proteínas”, señala Ximena López, directora técnica del
Consorcio de Cereales Funcionales.
Ese valor agregado es un gran incentivo que
puede reimpulsar las legumbres, porque los productores verán que el beneficio
es para ellos y no sólo para la empresa”, señala Schwember.
La agricultura orgánica aplica sistemas holísticos de
gestión de la producción que fomentan y mejoran la salud del agroecosistema y,
en particular, la biodiversidad, los ciclos biológicos y la actividad biológica
del suelo, mejorando la calidad y fertilidad de ellos.
“Para obtener la certificación los productores deben
someterse a la supervisión de las empresas consultoras, que durante un periodo
de transición de tres años revisarán que cumplan con todas las prácticas y
protocolos de la producción orgánica. Para ello deben llevar un acabado
registro de todo lo que se hace, usa y aplica en el predio: qué semilla se
sembró, qué tipo de guano, qué biofungicida y/o bioinsecticida, entre otros”,
explica Schwember.
Para mostrar a los agricultores del secano los beneficios de la producción orgánica, el proyecto trabajará con parcelas demostrativas.
“En Marchigüe y Pumanque estamos haciendo ensayos de rotación en
que iremos alternando la producción de trigo con lentejas, avenas y garbanzos
en base a prácticas orgánicas, con el fin de demostrar cómo se mejora la
calidad y fertilidad de los suelos”, cuenta el investigador.
En las parcelas se trabajará el uso de biofungicidas y
bioinsecticidas aceptados por la certificación orgánica, junto con hacer
pruebas de cultivos en otras épocas del año, como las siembras otoñales de
garbanzos que se realizan en otros países productores.
Las leguminosas obtenidas serán un insumo para que la
agroindustria de la región desarrolle alimentos funcionales en nuevos formatos.
Uno es el cuscús de porotos y garbanzos, también conocido como perlitas, que
son pequeñas bolitas que se colocan en agua y quedan listas para ser cocinadas.
Se trata de un producto que ya se vende en algunos supermercados. Otras
opciones son pastas, sopas y snacks, entre otros productos.
La producción de leguminosas en Chile se concentra entre las regiones de O’Higgins y Bíobio, con una superficie total plantada para la temporada 2020/2021 de 12.159 hectáreas, repartidas en 10.184 de porotos, 1.390 de lentejas y 585 de garbanzos.
Cifras minúsculas comparadas con
las 195.000 ha que, en total, se plantaban hacia 1980, cuando el país se
autoabastecía e incluso exportaba. Actualmente, sólo el 25% de las 35.000 toneladas
de legumbres que se consumen al año se cultivan en el territorio nacional. El
resto se importa de grandes productores mundiales como Canadá, Estados Unidos,
Argentina, India y China, que poseen modelos de grandes superficies y altamente
mecanizados.
Si bien hasta antes de la pandemia el consumo de leguminosas en Chile venía a la baja, con una caída promedio de 2,7% anual en la última década, con la crisis sanitaria tuvo un importante repunte. Así, de acuerdo a datos de la consultora de mercados Nielsen, en 2020 dicho consumo tuvo un incremento de 23,2%, entre otras razones, por una mayor preocupación por la alimentación saludable que trajo consigo el encierro pandémico.
De acuerdo al estudio “Radiografía de la alimentación en Chile”,
presentado en enero de este año por el ministerio de Desarrollo Social,
actualmente los chilenos consumen 2,5 kilos de leguminosas al año, cifra aún
distante de los 16 kilos de Brasil o los 8 de Argentina.
La aparición de nuevos nichos de consumo, como los
veganos, los vegetarianos y los flexitarianos, sin embargo, traen buenas
noticias para las leguminosas. “Hay una nueva demanda de estos grupos cuyas
dietas requieren gran cantidad de proteína vegetal, y para los cuales las
leguminosas son un alimento clave dada sus grandes condiciones nutricionales:
son altas en proteínas y fibra, y bajas en grasas”, explica Schwember.
Esas cualidades hacen de los porotos, los garbanzos y las lentejas, insumos muy atractivos para la industria de los alimentos funcionales. Dicho potencial es el que busca aprovechar el proyecto FIC ejecutado por la Universidad Católica junto a los productores del secano de la Región de O’Higgins, y que tendrá una duración de 3 años (2021-2024).
No hay comentarios:
Publicar un comentario