viernes, 21 de enero de 2022

En la Región de O’Higgins rescatan las leguminosas de la mano de la producción orgánica y los alimentos funcionales

 Ni porotos con riendas ni lentejas con choricillos. Las leguminosas chilenas, porotos, lentejas y garbanzos, podrían tener una nueva vida, pero esta vez como insumos orgánicos certificados para la industria de los alimentos funcionales, aquellos que, además de nutrir, contribuyen a la salud humana.

Ese es el objetivo del proyecto “Transferencia alimentos orgánicos base legumbres”, financiado por el Gobierno Regional O’Higgins a través del Fondo de Innovación para la Competitividad (FIC), y ejecutado por la Pontificia Universidad Católica de Chile en un trabajo conjunto con Conversa Chile y el Consorcio de Cereales Funcionales (CCF). El proyecto, que dura tres años y comenzó en marzo de 2021, busca agregar valor a la producción de legumbres a través de la certificación orgánica de agricultores de las comunas de Navidad, Litueche, Marchigüe, Paredones, Pumanque y Lolol.

Se trata de pequeños productores del secano interior y costero de dichas comunas, con superficies que van entre media y dos hectáreas en promedio, en los que, además de cultivar leguminosas, desarrollan otras actividades como el turismo y la pesca. “Son agricultores que deben complementar los ingresos de la producción agrícola con otras actividades, ya que por sí sola las leguminosas no les son rentables, por eso apoyamos este tipo de proyectos que sin duda les ayudará a comercializar de mejor forma”, explica Pablo Silva Amaya, Gobernador de la Región de O´Higgins.

Actualmente este tipo de productores no cuentan con intermediarios claros que les permitan comercializar sus productos. El nuevo modelo propuesto en el proyecto es contar con un poder comprador asegurado mediante compras directas del CCF a los pequeños agricultores, siempre y cuando el cultivo cumpla con la normativa de la producción orgánica definida por la ley 20.089 del Sistema Nacional de Certificación de Productos Orgánicos Agrícolas, cuya fiscalización corresponde al Servicio Agrícola y Ganadero (SAG).

Andrés Schwember, profesor de la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Pontificia Universidad Católica de Chile y director del proyecto señala que: “Fuimos mandatados por la empresa Granotec y su filial CCF, que requiere una producción nacional de legumbres con certificación orgánica. Se trata de una demanda que surge del mercado, lo que hace una gran diferencia respecto de otros proyectos productivos que surgen de la academia. 

En esto no se puede ser romántico pues se desarrolla un modelo de negocios justo e inclusivo a lo largo del proyecto, y que haya un poder comprador para la producción me hace mucho sentido”, comenta.

 “El tema de las legumbres es potente por varias razones. Una es la irrupción de este consumidor empoderado y conocedor que busca proteínas alternativas a las animales, en lo que se llama la alimentación en base a plantas. La legumbre en esto juega un rol protagónico porque casi el 25% de su contenido son proteínas”, señala Ximena López, directora técnica del Consorcio de Cereales Funcionales.

Además de una demanda asegurada, la producción orgánica permite a los agricultores mejorar los precios respecto a lo que se paga por los cultivos convencionales. “Hicimos una gira tecnológica a Córdoba y Salta en el año 2019, zonas garbanceras argentinas y allá, la industria paga el doble por los garbanzos orgánicos. 

Ese valor agregado es un gran incentivo que puede reimpulsar las legumbres, porque los productores verán que el beneficio es para ellos y no sólo para la empresa”, señala Schwember.

La agricultura orgánica aplica sistemas holísticos de gestión de la producción que fomentan y mejoran la salud del agroecosistema y, en particular, la biodiversidad, los ciclos biológicos y la actividad biológica del suelo, mejorando la calidad y fertilidad de ellos.

“Para obtener la certificación los productores deben someterse a la supervisión de las empresas consultoras, que durante un periodo de transición de tres años revisarán que cumplan con todas las prácticas y protocolos de la producción orgánica. Para ello deben llevar un acabado registro de todo lo que se hace, usa y aplica en el predio: qué semilla se sembró, qué tipo de guano, qué biofungicida y/o bioinsecticida, entre otros”, explica Schwember.

Para mostrar a los agricultores del secano los beneficios de la producción orgánica, el proyecto trabajará con parcelas demostrativas. 

“En Marchigüe y Pumanque estamos haciendo ensayos de rotación en que iremos alternando la producción de trigo con lentejas, avenas y garbanzos en base a prácticas orgánicas, con el fin de demostrar cómo se mejora la calidad y fertilidad de los suelos”, cuenta el investigador.

En las parcelas se trabajará el uso de biofungicidas y bioinsecticidas aceptados por la certificación orgánica, junto con hacer pruebas de cultivos en otras épocas del año, como las siembras otoñales de garbanzos que se realizan en otros países productores.

Las leguminosas obtenidas serán un insumo para que la agroindustria de la región desarrolle alimentos funcionales en nuevos formatos. Uno es el cuscús de porotos y garbanzos, también conocido como perlitas, que son pequeñas bolitas que se colocan en agua y quedan listas para ser cocinadas. Se trata de un producto que ya se vende en algunos supermercados. Otras opciones son pastas, sopas y snacks, entre otros productos.

La producción de leguminosas en Chile se concentra entre las regiones de O’Higgins y Bíobio, con una superficie total plantada para la temporada 2020/2021 de 12.159 hectáreas, repartidas en 10.184 de porotos, 1.390 de lentejas y 585 de garbanzos. 

Cifras minúsculas comparadas con las 195.000 ha que, en total, se plantaban hacia 1980, cuando el país se autoabastecía e incluso exportaba. Actualmente, sólo el 25% de las 35.000 toneladas de legumbres que se consumen al año se cultivan en el territorio nacional. El resto se importa de grandes productores mundiales como Canadá, Estados Unidos, Argentina, India y China, que poseen modelos de grandes superficies y altamente mecanizados.

Si bien hasta antes de la pandemia el consumo de leguminosas en Chile venía a la baja, con una caída promedio de 2,7% anual en la última década, con la crisis sanitaria tuvo un importante repunte.  Así, de acuerdo a datos de la consultora de mercados Nielsen, en 2020 dicho consumo tuvo un incremento de 23,2%, entre otras razones, por una mayor preocupación por la alimentación saludable que trajo consigo el encierro pandémico. 


De acuerdo al estudio “Radiografía de la alimentación en Chile”, presentado en enero de este año por el ministerio de Desarrollo Social, actualmente los chilenos consumen 2,5 kilos de leguminosas al año, cifra aún distante de los 16 kilos de Brasil o los 8 de Argentina.

La aparición de nuevos nichos de consumo, como los veganos, los vegetarianos y los flexitarianos, sin embargo, traen buenas noticias para las leguminosas. “Hay una nueva demanda de estos grupos cuyas dietas requieren gran cantidad de proteína vegetal, y para los cuales las leguminosas son un alimento clave dada sus grandes condiciones nutricionales: son altas en proteínas y fibra, y bajas en grasas”, explica Schwember.

Esas cualidades hacen de los porotos, los garbanzos y las lentejas, insumos muy atractivos para la industria de los alimentos funcionales. Dicho potencial es el que busca aprovechar el proyecto FIC ejecutado por la Universidad Católica junto a los productores del secano de la Región de O’Higgins, y que tendrá una duración de 3 años (2021-2024).

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