Desde hace más de una década, las instituciones financieras han abrazado la transformación digital con entusiasmo, invirtiendo millones en renovar sus aplicaciones móviles, rediseñar portales web y automatizar procesos internos.
En muchos casos, esa transformación ha
sido celebrada como un éxito bajo los términos “más rápida” o “más amigable”.
Pero esa narrativa puede ser engañosa. Porque mientras la superficie brilla, el
corazón operativo —la capacidad real de ejecutar transacciones con agilidad,
seguridad y flexibilidad— continúa anclado en arquitecturas legadas y esquemas
de hace 30 años.
El resultado: proveedores de servicios
financieros que lucen modernos, pero que siguen operando con infraestructuras
que ya no responden a los hábitos ni a las exigencias de los usuarios actuales.
Plataformas que, aunque visualmente atractivas, no logran acompañar la fluidez
que hoy se espera de cualquier operación financiera.
Porque el verdadero diferencial
competitivo no radica solo en la estética o en la velocidad de carga de una
app. Está en la capacidad de conectar, mover y procesar dinero de manera
fluida, interoperable y en tiempo real. Está, precisamente, en la transacción.
Y ese cambio de paradigma —de lo digital a
lo transaccional— exige mucho más que una capa de pintura brillante. Requiere dar
la bienvenida a múltiples rieles de pago, integrar APIs abiertas, y rediseñar
la arquitectura bancaria desde la lógica del dato y no del canal. Es un salto
complejo, pero inevitable.
Un sistema construido para el ayer
En pleno auge de la economía digital, gran
parte del sistema bancario en América Latina sigue operando con herramientas
del pasado. Más del 60% de las transacciones aún se procesan sobre
infraestructuras centralizadas, incapaces de ofrecer la velocidad, flexibilidad
e interoperabilidad que exige el presente. No es un dato aislado: el 59% de las
instituciones aún lidian con sistemas heredados que limitan su capacidad de
adaptarse, según un estudio de Accenture.
Es decir, mientras el mercado se mueve en
tiempo real, muchos bancos todavía están atrapados en arquitecturas pensadas
para otro siglo.
Y en paralelo, los usuarios elevan la
vara: ya no comparan a su banco con otros bancos, sino con la fluidez de
aplicaciones como Ualá, Mercado Pago o incluso WhatsApp. Buscan inmediatez,
integración y simplicidad.
Sin embargo, muchas instituciones
continúan priorizando el rediseño de interfaces por encima de una evolución
real de sus capacidades transaccionales, como si la experiencia visual pudiera
compensar las limitaciones del motor que opera por detrás.
Múltiples rieles, un solo objetivo:
relevancia
Hoy el dinero se mueve por múltiples
autopistas: transferencias bancarias, billeteras digitales, pagos instantáneos,
QR interoperables y, en ciertos casos, blockchain. El desafío para la banca ya
no es construir su propia vía, sino saber integrarse de forma inteligente a
todas las existentes.
En Brasil, por ejemplo, el sistema PIX ya
superó en volumen a las transferencias tradicionales, demostrando que la
adopción de nuevos rieles no es una tendencia futura: es una realidad
instalada.
Integrar múltiples rieles no solo amplía
la cobertura del servicio. También reduce costos por transacción, disminuye los
tiempos de procesamiento y habilita nuevas fuentes de ingresos. Pero para
lograrlo, se necesita algo más profundo: una arquitectura bancaria abierta,
desacoplada y preparada para operar en entornos híbridos.
Es ahí donde plataformas como Frame
Banking™ comienzan a marcar una diferencia estratégica.
Un entorno modular, que permita a las
instituciones financieras integrar y desintegrar servicios según las
necesidades del mercado, se vuelve esencial para mantener la relevancia. Esta
flexibilidad permite responder con agilidad tanto a los cambios regulatorios
como a las nuevas expectativas de los clientes.
En ese modelo, las APIs abiertas cumplen
un rol clave: habilitan la conexión con terceros —como fintechs y
desarrolladores— y fomentan la creación de ecosistemas colaborativos que
potencian la innovación.
El resultado no es solo mayor eficiencia
operativa. También se habilitan nuevas oportunidades de negocio, se acelera el
time-to-market de productos digitales y se mejora sustancialmente la
experiencia del cliente. Así, las instituciones financieras no solo se adaptan:
evolucionan.
En conclusión, las instituciones deben de
la estética a la esencia
La verdadera transformación digital en la
banca no se trata únicamente de ofrecer interfaces atractivas. Se trata de una
reconfiguración profunda de la infraestructura transaccional. Adoptar múltiples
rieles de pago, integrar APIs abiertas y evolucionar hacia una arquitectura
modular ya no es una ventaja competitiva: es una condición para mantenerse
vigente.
Es momento de mirar más allá de la superficie. Y de poner sobre la mesa de planificación una transformación que no solo se vea bien, sino que transforme de verdad.
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