Sin embargo,
tras la euforia inicial, surge una pregunta incómoda: ¿está el país preparado
para hacer cumplir esta legislación o estamos frente a una nueva “ley de papel”
sin dientes reales? ¿Será suficiente para proteger a los ciudadanos sin ahogar
a las empresas?
En plena era digital, donde cada clic deja un rastro, los datos personales se han convertido en el nuevo oro.
Y mientras las grandes corporaciones y plataformas tecnológicas hacen caja con información sensible de los usuarios, muchos ciudadanos siguen sin saber qué datos se recolectan, para qué se usan ni cómo se comparten.
Esta ley
promete cambiar eso, pero la
realidad es más compleja.
La norma impone nuevas obligaciones a las empresas,
como la designación de un delegado de protección de datos, medidas de seguridad
reforzadas y multas que pueden superar los $1.300 millones.
Pero la pregunta clave es: ¿quién va a fiscalizar que
esto realmente se cumpla? La Agencia de Protección de Datos recién estará
operativa en 2026, y muchos temen que, para entonces, los daños ya estén
hechos.
Las organizaciones, especialmente aquellas que están
en el centro de la transformación digital, necesitan ir más allá de la mera
adopción de tecnologías. No basta con utilizar herramientas avanzadas; es
crucial que implementen sistemas de protección robustos, capaces de gestionar
las vulnerabilidades y evitar filtraciones.
En este sentido, la creación de un delegado de
protección de datos dentro de las empresas, como propone la ley, es una medida
que puede marcar la diferencia. Este delegado debe ser el responsable de velar
por el cumplimiento de la ley y actuar proactivamente para prevenir cualquier
tipo de infracción.
Además, el peso del cumplimiento puede volverse
insostenible para startups y pequeñas empresas, que enfrentan exigencias
similares a las de grandes corporaciones, sin tener los mismos recursos. En vez
de fomentar la innovación, ¿estamos creando un sistema que asfixia el
emprendimiento?
El vacío es aún mayor en torno a tecnologías
emergentes como la inteligencia artificial. Hoy, millones de decisiones –desde
un crédito rechazado hasta una entrevista laboral que nunca llega– se toman en
base a algoritmos opacos, sin supervisión ni explicaciones. La ley chilena no
abordaba con claridad esta zona gris.
¿Quién protege al ciudadano de los sesgos automáticos,
la discriminación algorítmica o el uso indebido de su historial digital? Esta
nueva ley otorga el derecho de oposición de oposición a decisiones individuales
automatizadas y elaboración de perfiles. Es decir, un ciudadano puede pedir que
su crédito sea analizado en un comité de personas y no por un robot de IA.
¿Cómo demuestra la empresa que lo hizo?
Ahí entramos en el conjunto de iniciativas que
necesitan implementar las empresas para permitir al ciudadano ejercer sus
derechos y a la vez demostrarle que fueron ejercidos como indica la ley.
La nueva Ley recoge, en forma expresa y detallada, un
listado de principios que regulan el tratamiento de los datos personales, que
buscan orientar a responsables y encargados en cómo cumplir las obligaciones, y
guiar la interpretación de las autoridades en su supervisión y fiscalización.
En teoría, esta nueva legislación pone a Chile a la
altura de países como los miembros de la Unión Europea. En la práctica, queda
mucho por hacer para que la promesa de protección no sea solo un eslogan más.
Ahora bien, esto es un proceso de madurez, en Europa ya no es tema, acá estamos
comenzando.
Entender qué es un dato personal, un dato sensible, un
dato privado, cuáles son los derechos y responsabilidades de las organizaciones
y los derechos y responsabilidades mías como persona que interactúa física y
digitalmente con el mundo.
La protección y privacidad no es un lujo, es un
derecho. Y mientras se aplaude la modernización legal, el verdadero desafío
será político, técnico y cultural: garantizar que la ley no solo exista, sino
que funcione. Que proteja. Que sancione. Que eduque.
Porque si la protección de datos queda solo en los
papeles, habremos perdido más que el control de nuestra información. Habremos
perdido la confianza en que el Estado puede protegernos en el mundo digital.
Esta ley invariablemente provoca cambios en las
empresas, cambios culturales, tecnológicos, de habilitadores.
¡Es importante una buena asesoría que combine el
aspecto legal con el aspecto tecnológico y de ciberseguridad para estar
preparado, sensibilizado, y aprovechar esta confianza digital para más y nuevas
iniciativas!
Por Cristina Fritz, cofundadora de Digital Exp
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