En un contexto donde solo el 40 % de las
personas confía en que las corporaciones actúan en beneficio del interés
público, de acuerdo con cifras
de la OECD (Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos), las audiencias ya no quieren escuchar lo que una organización
promete: quieren ver lo que sostiene.
La reputación corporativa
entra así a una era distinta, más exigente y más honesta. No desaparece el
propósito; madura. Las compañías ya no pueden usarlo como eslogan, sino como
criterio de gobernanza.
Y es en esa transición -entre el ideal y
la evidencia- donde aparece lo que muchos expertos comienzan a
llamar Purpose 2.0, un modelo donde las palabras importan menos que
la coherencia y donde cada acción se convierte en prueba.
Purpose 2.0 exige una
transformación silenciosa pero profunda: que las empresas integren su razón de
ser en la estrategia, no en la publicidad. Ya no basta con decir que una
organización tiene impacto; debe demostrarlo.
Y los datos muestran por qué:
un estudio de Anthesis Group revela que 68 % de las
personas cree que las marcas exageran su compromiso social o ambiental,
alimentando una fatiga generalizada frente a los discursos optimistas que no
encuentran correlato en la práctica.
Pero quizá el punto de
inflexión más profundo lo marca la tecnología. La irrupción de la inteligencia
artificial vuelve este debate ineludible. Los consumidores ya no solo esperan
innovación: esperan claridad. Technology Vision 2024 revela que el 67 % de las
personas quiere saber exactamente cómo las empresas utilizan la IA en sus
procesos, una señal inequívoca de que la transparencia dejó de ser opcional.
A esto se suma el Cisco 2024 Data Privacy Benchmark Report, que muestra que 72 % de los usuarios está preocupado por la manera en que las organizaciones manejan y protegen sus datos personales. En un entorno así, la responsabilidad tecnológica se convierte en un reflejo directo del carácter corporativo.
La desconfianza ya no está
solo en los mensajes: está en los sistemas. En este nuevo contexto, la
oportunidad reputacional consiste en demostrar que la tecnología puede ser
gobernada con ética, transparencia y responsabilidad.
La IA como
oportunidad para crear reputación
La IA trae oportunidades, pero también exige responsabilidad. No basta con incorporarla: hay que gobernarla.
Las organizaciones deberán demostrar cómo mitigan sesgos, cómo protegen datos,
cómo explican decisiones automatizadas y cómo garantizan que sus sistemas
reflejan valores humanos. En Purpose 2.0, la ética tecnológica es una
forma de liderazgo reputacional.
La respuesta no es abandonar
el propósito, sino volverlo operativo. Una empresa que habla de circularidad
debe rediseñar su cadena de valor. Una que menciona justicia social debe
evaluar a sus proveedores. El propósito, cuando se integra de verdad, deja de
ser una historia y se convierte en un marco de decisión.
Este cambio es especialmente
urgente ante un fenómeno que está reconfigurando la agenda: la reputación dejó
de ser un tema de comunicación. Hoy es un tema de juntas directivas.
Según Diligent Governance Trends 2025, 72 % de las
organizaciones ya considera la reputación entre sus tres principales riesgos
corporativos, junto con ciberseguridad y cumplimiento. No se trata solo de
proteger la marca, sino de proteger el negocio. Una inconsistencia puede
alterar operaciones, valor financiero y talento.
La transparencia se vuelve entonces la pieza central del nuevo contrato social entre empresas y audiencia. No se trata de generar más mensajes, sino de generar más evidencia: mostrar cómo se escuchan las necesidades de los stakeholders, cómo se corrigen errores, cómo se integra el aprendizaje en la gestión diaria.
Como señalan varias firmas de análisis reputacional, la
transparencia dejó de ser una virtud: es un nivel mínimo de operación.
Las empresas que lideren no serán las que tengan historias más inspiradoras, sino las que tengan evidencias más sólidas. La confianza volverá a ser la moneda más valiosa del mundo corporativo. Y Purpose 2.0, más que una tendencia, será la brújula que determine quién avanza y quién se queda atrás.



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